COVID ha traído una gran incertidumbre a nuestras vidas en este último año. 

Nos preocupamos por cómo afectará a nuestra propia salud, a nuestras familias y amigos; cómo repercutirá en nuestros trabajos y en nuestra capacidad para cuidar de nuestros seres queridos. Una cosa que no debería preocuparnos es poder permitirnos una atención médica adecuada para nuestros hijos. Ya sea un dolor de oídos, un golpe o un esguince, o el miedo al COVID, ninguna familia debería tener que elegir entre la salud de un niño y la supervivencia de una familia.

Sin embargo, 30.000 niños de Arizona no están cubiertos por un plan de salud. En esas familias, seguro que hay momentos de incertidumbre: ¿vamos al médico o pagamos el alquiler o compramos la comida? ¿Se recuperará mi hijo si nos limitamos a "aguantar"? 

Este dilema es exactamente la razón por la que existe el programa Kids Care de Arizona. Por cada dólar que Arizona invierte, obtenemos cinco más para cubrir a estos niños. Con 12 millones de dólares adicionales en el presupuesto estatal de este año (y 47 millones de dólares en fondos federales de contrapartida), podríamos asegurar a esos 30.000 niños. Esta es una inversión digna en la compasión común y en nuestra próxima generación.

Estas desgarradoras decisiones de renunciar a un tratamiento pueden tener consecuencias de por vida que afectan tanto al individuo como a nuestros resultados. Yo vivo con los efectos reales de esa decisión. De niño, tuve una faringitis estreptocócica que mis padres no podían permitirse tratar. Sin la atención de un médico, esa faringitis estreptocócica se convirtió en escarlatina. Ésta, a su vez, se convirtió en fiebre reumática. Una enfermedad infantil común y tratable se convirtió en una afección crónica que acabó causando un daño permanente a mi corazón.

A veces me desmayaba por el esfuerzo durante los partidos de kickball de la infancia. De alguna manera superé eso y me volví muy atlética en la adolescencia. Luego, a los 30 años, tras el nacimiento de mi hijo, desarrollé un ritmo cardíaco irregular que requirió una intervención quirúrgica. Una vez más, me curé y me dediqué al atletismo de alto rendimiento. Sin embargo, hace poco, la palabra "crónica" volvió a asomar su fea cabeza y desarrollé un nuevo latido irregular que requirió una invención no quirúrgica. Me estoy recuperando de nuevo y espero tener una buena recuperación.

Cada uno de estos eventos cardíacos es directamente atribuible a esa faringitis estreptocócica no tratada en mi infancia. Decenas de miles de dólares en tratamientos médicos y pérdida de productividad podrían haberse evitado con unos pocos dólares en antibióticos, si mis padres hubieran podido pagarlos.

No soy el único. Los dentistas suelen tratar a pacientes como yo con antibióticos por adelantado incluso antes de una limpieza dental. ¿Cuántos de estos 30.000 niños que actualmente no tienen seguro acabarán sufriendo las consecuencias de las enfermedades infantiles durante toda su vida, desde infecciones de oído hasta faringitis estreptocócica, pasando por el posible COVID? 

Un tópico común es el de "a lo loco". Sin embargo, este pensamiento ha impedido la expansión de KidsCare. Nos dicen que "Arizona no se lo puede permitir". Creo que soy un ejemplo de por qué Arizona debe invertir absolutamente en la salud de nuestros niños.

Mis colegas del Caucus Democrático de la Cámara de Representantes y yo estamos presionando fuertemente para incluir la expansión de KidsCare en el presupuesto estatal, pero necesitamos que sus voces nos apoyen. Estos niños deberían estar cubiertos simplemente porque es lo correcto. Nadie debería sufrir innecesariamente cuando unos pocos dólares en tratamiento podrían aliviar su enfermedad. También debemos hacerlo porque es prudente. Un tratamiento ahora puede ahorrar decenas de miles de tratamientos futuros. Tenemos la oportunidad de ampliar KidsCare ahora. Deberíamos aprovecharla.